Comentario
La tenacidad de Winston Churchill personalizó la voluntad inglesa de pelear sin desmayo frente a los alemanes, desde que llegó al poder el 10 de mayo de 1940. El premier británico afirmaba que la tiranía nazi se podía y se debía vencer: "Estamos seguros de que, al fin, todo saldrá bien". Londres se convirtió en la capital de la lucha contra el Reich, a donde llegaba exiliado todo tipo de marinos, soldados, aviadores y civiles; los reyes y Gobiernos de Noruega, Holanda y Luxemburgo; los Gobiernos de Polonia y Bélgica; el presidente de Checoslovaquia; el rey de Albania y el general De Gaulle. En los puertos británicos estaban refugiadas las flotas danesa, noruega y holandesa. Inglaterra, sin embargo, pronto agotó sus divisas extranjeras y se enfrentó a la bancarrota.
Durante el invierno de 1940-41 recibió una ayuda inapreciable; Roosevelt declaró que América sería el arsenal de la democracia y que suministrar armas a los ingleses era el mejor modo de defender a los Estados Unidos. En marzo de 1941, el Congreso norteamericano votó la Lend-Lease Act, que permitía suministrar material de guerra a Gran Bretaña, con la única garantía de reembolsar su importe al finalizar la guerra.
Contra los propósitos de Mussolini, el Mediterráneo era un lago británico, controlado por la Royal Navy y las bases de Gibraltar y Alejandría. Hitler ya había hecho preparar la Operación Félix, que preveía el asalto a Gibraltar por unidades especiales alemanas, pues sus informes descartaban que los españoles pudieran conquistarlo. En efecto, España había sido devastada por la guerra civil y su Ejército carecía de material moderno, gasolina y suficientes municiones. La conquista se aplazó y perdió prioridad pues, el 18 de diciembre de 1940, Hitler había ordenado iniciar los preparativos para atacar Rusia y el Mediterráneo perdía importancia para la estrategia alemana.
Mussolini, en cambio, centraba en el Mediterráneo su principal atención y pensó en aprovecharse del negro momento del Imperio Británico para ampliar sus posesiones de Libia invadiendo Egipto. Italia contaba con unas fuerzas armadas numéricamente importantes; sin embargo, era una potencia industrial de segunda fila, cuya modernización militar era deficiente; la Marina carecía de portaaviones, de aviación eficiente y no se había modernizado, mientras los ingleses ya contaban con el radar y estudiaban el asdic. La aviación había quedado anticuada y el núcleo de su caza estaba formado por biplanos. El Ejército había desarrollado un armamento ligero, fácilmente manejable pero sin potencia de fuego; los carros eran pequeños, sólo contaban con ametralladoras y no podían mantener un duelo con los británicos, gran parte de la artillería procedía de la Primera Guerra Mundial y la motorización era insuficiente.
En 10 de noviembre de 1940, un ataque británico evidenció la realidad naval italiana. La flota británica del Mediterráneo (Cunningham) con cuatro acorazados, un portaaviones, nueve cruceros y catorce destructores navegó, a pleno día y sin ser vista, desde Alejandría a Tarento, cuyo puerto atacó al anochecer con aviones torpederos que, alumbrándose con bengalas, dejaron fuera de combate a la mitad de los acorazados italianos. La ruta de Africa quedó expedita para los convoyes británicos y casi cerrada para los italianos. Mussolini, para avituallar sus tropas de Libia, recabó la ayuda de Hitler y, en enero de 1941, el X Cuerpo Aéreo alemán se estacionó en los aeródromos de Sicilia, dispuesto a reconquistar las rutas africanas.