Época: II Guerra Mundial
Inicio: Año 1941
Fin: Año 1941

Siguientes:
Combates en África
La campaña de los Balcanes
La lucha por las rutas marítimas
El Japón entra en escena
La Guerra del desierto

(C) Isabel Cervera



Comentario

La tenacidad de Winston Churchill personalizó la voluntad inglesa de pelear sin desmayo frente a los alemanes, desde que llegó al poder el 10 de mayo de 1940. El premier británico afirmaba que la tiranía nazi se podía y se debía vencer: "Estamos seguros de que, al fin, todo saldrá bien". Londres se convirtió en la capital de la lucha contra el Reich, a donde llegaba exiliado todo tipo de marinos, soldados, aviadores y civiles; los reyes y Gobiernos de Noruega, Holanda y Luxemburgo; los Gobiernos de Polonia y Bélgica; el presidente de Checoslovaquia; el rey de Albania y el general De Gaulle. En los puertos británicos estaban refugiadas las flotas danesa, noruega y holandesa. Inglaterra, sin embargo, pronto agotó sus divisas extranjeras y se enfrentó a la bancarrota.
Durante el invierno de 1940-41 recibió una ayuda inapreciable; Roosevelt declaró que América sería el arsenal de la democracia y que suministrar armas a los ingleses era el mejor modo de defender a los Estados Unidos. En marzo de 1941, el Congreso norteamericano votó la Lend-Lease Act, que permitía suministrar material de guerra a Gran Bretaña, con la única garantía de reembolsar su importe al finalizar la guerra.

Contra los propósitos de Mussolini, el Mediterráneo era un lago británico, controlado por la Royal Navy y las bases de Gibraltar y Alejandría. Hitler ya había hecho preparar la Operación Félix, que preveía el asalto a Gibraltar por unidades especiales alemanas, pues sus informes descartaban que los españoles pudieran conquistarlo. En efecto, España había sido devastada por la guerra civil y su Ejército carecía de material moderno, gasolina y suficientes municiones. La conquista se aplazó y perdió prioridad pues, el 18 de diciembre de 1940, Hitler había ordenado iniciar los preparativos para atacar Rusia y el Mediterráneo perdía importancia para la estrategia alemana.

Mussolini, en cambio, centraba en el Mediterráneo su principal atención y pensó en aprovecharse del negro momento del Imperio Británico para ampliar sus posesiones de Libia invadiendo Egipto. Italia contaba con unas fuerzas armadas numéricamente importantes; sin embargo, era una potencia industrial de segunda fila, cuya modernización militar era deficiente; la Marina carecía de portaaviones, de aviación eficiente y no se había modernizado, mientras los ingleses ya contaban con el radar y estudiaban el asdic. La aviación había quedado anticuada y el núcleo de su caza estaba formado por biplanos. El Ejército había desarrollado un armamento ligero, fácilmente manejable pero sin potencia de fuego; los carros eran pequeños, sólo contaban con ametralladoras y no podían mantener un duelo con los británicos, gran parte de la artillería procedía de la Primera Guerra Mundial y la motorización era insuficiente.

En 10 de noviembre de 1940, un ataque británico evidenció la realidad naval italiana. La flota británica del Mediterráneo (Cunningham) con cuatro acorazados, un portaaviones, nueve cruceros y catorce destructores navegó, a pleno día y sin ser vista, desde Alejandría a Tarento, cuyo puerto atacó al anochecer con aviones torpederos que, alumbrándose con bengalas, dejaron fuera de combate a la mitad de los acorazados italianos. La ruta de Africa quedó expedita para los convoyes británicos y casi cerrada para los italianos. Mussolini, para avituallar sus tropas de Libia, recabó la ayuda de Hitler y, en enero de 1941, el X Cuerpo Aéreo alemán se estacionó en los aeródromos de Sicilia, dispuesto a reconquistar las rutas africanas.